

Hoy, viendo mi galería del móvil, me he encontrado con estas fotos que me han hecho volver meses atrás y recordar un día muy especial que viví en Posada Guadalupe.
Para principios de abril, tuvimos una visita entrañable, de esas que suceden de vez en cuando, que nos dan alegría y con las que experimentamos un cosquilleo de emoción al unísono que Sole y Javier, clientes que se sienten como en casa y lo comparten.
Me apetece mucho contar la situación acaecida porque estos momentos tan agradables que acostumbraba a guardar para mí, he aprendido a contarlos.
Vamos al grano, estaba en mi oficina, enfrascado en tareas de gestión. Llamarón al timbre desde recepción, salí y me encontré frente a una cara muy familiar, tendió su mano y me lanzó un:
- ¿Me conoces?
- Hombre claro que si, como no, ¿Qué tal como va todo?
- Bien, muy bien estamos en el bar con mi mujer, hemos parado a tomar un bocadillo, que desde que nos hemos jubilado apenas venimos ya…
Recuerdo bajar con él para saludar a la señora, otra cara tremendamente familiar a quien no pongo nombre, (me gustaría recordar los nombres de mis clientes pero soy incapaz) por lo tanto pregunté y eran Sole y Javier que me dieron, una explicación pormenorizada de quien son y porque pasaban tanto y paraban siempre.
Ella es Soledad Beltrán, profesora de instituto y escritora, autora de la Dama de Seda y Lirios Rojos Lirios Negros entre otras novelas, ¡Tengo un ejemplar del primero dedicado y no me acordaba! ¡hace tanto tiempo!.
Entonces Sole me explicó que ha estado parando en el Bar de la Posada desde finales de los 60, cuando empezó a cursar primero de carrera de magisterio en Zaragoza y nos explicó emocionada los recuerdos y el cariño que tiene por esta casa:
Viajaba en autobús desde Albocacer a Sant Mateu, de allí a Morella, Monroyo y Alcañiz donde se hacía otro transbordo para llegar a Zaragoza, un montón de horas de viaje, las primeras de madrugada atravesando Querol y Torremiró, en un pequeño bus sin calefacción, bajo una manta y tiritando de frío. Recuerda Sole que la sensación al entrar en el bar era tan cálida, con la estufa, el café caliente y el bocata de jamón que la parada en Monroyo quedó grabada a fuego en su memoria. Tal es así que el destino la llevó a trabajar en el País Vasco donde se casó con Javier y donde residieron durante toda su vida laboral. En todos estos años no dejador de parar cada vez pasaban por Monroyo a la ida y a la vuelta.
Ahora ya jubilados no viajan tan asiduamente, pero si lo hacen la parada y la visita es obligada.
Para mí, fue un placer conocer su bonita historia y el motivo de sus paradas. Imaginamos cual será el de tantas y tantas familias viajeras de Zaragoza, La Rioja, Navarra y el País Vasco que nos obsequian con su parada en cada uno de sus viajes, seguramente muchas de ellas nos podrán contar historias tan bonitas como la de Sole.
A todo ellos mil Gracias:
El equipo de Posada Guadalupe.