

Mi padre Fermín Lombarte, mas conocido por Angelet y luego Ángel, nombre de su padre y evidentemente mi abuelo, abrió el Bar en 1963, él mismo construyó la barra y las mesas y toda la carpintería pues era carpintero y ebanista, trabajo que compaginó con el de barman durante algunos años. Eran tiempos de fuerte emigración y se cerraba la taberna que había en las Ventas por lo que vio el momento de iniciar este negocio que complementaba el de la Posada.
En la foto que estamos todos tras la barra si no es del día de la apertura será de algún día de las fiestas. Mi padre, mi madre y la tía Desi, guapos como siempre mi hermanita Maite, el tío Torrosillano con la bandeja y el mocoso que soy yo. De los clientes solo se distingue al tío Manolo de Sentelles, una foto entrañable que sigue colgada en el bar.
La célula o licencia expedida por el sindicato provincial de hostelería que estuvo siempre en un marquito colgada de la pared y que pasó del crudo al amarillo y al marrón por acción del humo de los cigarrillos y los puros.
Recuerdo que se servían cervezas Damm en quintos, el Martini y el Cinzano en formatos individuales, Mirinda, Pepsi y todo venía en cajas de madera preciosas. Infinidad de licores envasados en garrafitas, Brandy añejo, Ron Viejo, Anís, Anisette, Beso de novia, Pipermint, Ponche… recuerdo que cuando era crío mi padre almacenaba un montón de estas en la falsa y también que un día con mi primo Alberto, jugando y probando pillamos una cogorza de cuidado.
Las partidas de guiñote exprés que echaban los trabajadores de la serrería, cada día laboral a las dos en punto eran todo un ritual, las mismas parejas, las mismas mesas, las mismas «tomadillas» de cada cual y de cada día a la misma hora que me sabia de memoria, café copa y faria o cuando no un rosli o una señorita y los carajillos, en el bar no se consumía leche, solo condensada y agua sin gas tampoco, la variedad de botellas de brandy era enorme, y una o dos botellas de infinidad de licores, hay que ver como han cambiado las costumbres.
A partir de las tres, con menos prisa, llegaba el segundo turno, los autónomos, los agricultores, ganaderos y los funcionarios. Eran todo un ritual, los usos y costumbres, las partidas de cartas reñidas, comentadas y discutidas y la maravillosa jerga del bar, pon una tomadilla, pon otro arranque, esta ronda la pago yo, chist no le cobres a este que aquí mando yo, pon otra ¡que no que me marcho! ¡eh! ¿que quien manda aquí?… el bar era un campo sembrado de fanfarrones.
La institución numero uno era Ramón Saura, un personaje entrañable de los pies a la cabeza, listo, inteligente, buen conversador, guitarrista, acordeonista, excelente jugador de cartas, encendedor empedernido de cualquier cigarro puro con mechero de gasolina y bebedor en celebraciones, lo malo es que le invitaban a casi todas. Ademas de esto era buen amigo de todo el mundo y ciego. Cuando jugaba a las cartas debía contar con un secretario que le cantara al oído las que subía, él las ordenaba y sabía las que tenia y donde las tenia, las que habian salido, las que faltaban y si te descuidas sabia hasta las tuyas.
Grandes recuerdos de los guateques de la cuadrilla de mi hermana en un verano por los 70 con un tocadiscos kolster igualito, las noches de tertulias interminables e insuperables las noches de guitarra, templando la voz con calmante para cantar rancheras, boleros, piezas populares y mucha canción protesta.
Son muchos años muchos recuerdos y muchas anécdotas de personajes entrañables, vecinos, trabajadores de las serrerías, tantos funcionarios que pasaron, chóferes, viajantes, tratantes, veraneantes, clientes y amigos.